Misión Buenas Nuevas

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¿Cómo puedo creer que Dios vive?

Ya que Dios es espíritu, naturalmente no podemos verlo; sin embargo, Dios nos ha dado evidencias claras para creer en Él. Dios revela claramente su presencia y poder en su creación; toda ella da testimonio de su creador. Si observamos bien, el sistema solar es el reloj más sofisticado y la tierra navega alrededor del sol y transporta alrededor de 8 000 millones de pasajeros. ¿Podría existir de la nada algo así? ¿Por la simple casualidad? ¿Será que de forma espontánea surgió el sistema solar el cual es tan complejo? “Porque toda casa es edificada por alguno; pero el que hizo todas las cosas es Dios” (Hebreos 3:4). Sin duda, detrás de la creación existe el creador. Es una necedad dudar de la existencia de Dios: “Dice el necio en su corazón: No hay Dios” (Salmos 14:1).

 

Hay muchas profecías en la Biblia y también están registrados muchos eventos de la historia humana. Basta comprobar el cumplimiento preciso de las profecías de las que habla la Biblia para darnos cuenta de que la Biblia es la palabra de Dios y que dice la verdad. Todas las profecías escritas en la Biblia como la venida de Jesucristo, el futuro de Israel y el fin del mundo se han cumplido y ciertamente se cumplirán.

                                                                                                                      

Al recibir el perdón de pecados se abren los ojos espirituales y automáticamente se puede creer en Dios. La verdadera fe proviene del nacer de nuevo.

Al escuchar a una persona confiable o ver que las pruebas que presenta son suficientes, la confianza surge de manera automática. No es necesario esforzarse mucho para tener confianza, la fe surge de forma natural cuando hay pruebas sólidas. En la Biblia podemos ver pruebas indiscutibles (Hechos 1:3 y Hechos 17:31). La salvación es un regalo que se recibe al aceptar que Jesús nos justificó mediante la sangre que derramó en la cruz.

 

¿Somos salvos o no? La cuestión no debe juzgarse por medio de nuestros pensamientos o sentimientos sino que depende de Jesucristo, si nos ha salvado o no. Si está claro que Cristo nos ha salvado completamente del pecado porque Él no fracasó, entonces somos salvos. Si conocemos lo que Cristo ha hecho por nosotros, veremos claramente que nuestros pecados fueron perdonados en la cruz y que hemos sido justificados. Cualquiera que acepte ese hecho con fe será salvo.

Decir que por ir a la iglesia y alabar a Dios se puede ir al cielo, es como si alguien pensara que llegará a Brasil solo por el hecho de ir al aeropuerto y tomar cualquier vuelo. Para que llegue a Brasil debe tomar un vuelo que se dirija a ese país. Así como tomar cualquier vuelo no le llevaría a Brasil, ir a la iglesia y alabar a Dios no significa que podamos ir al cielo. La Biblia dice que los pecadores no pueden entrar al cielo.

 

Jesucristo murió en la cruz para lavar nuestros pecados. Podemos ser salvos e ir al cielo al creer en el sacrificio de Jesús. Él nos perdonó y justificó. Aunque vayamos a la iglesia los domingos, demos el diezmo, alabemos y trabajemos para la iglesia, si no recibimos el perdón de pecados y nacemos de nuevo, no podemos entrar al cielo. Creer en Dios significa creer en su palabra, en la obra que hizo Jesús. “El cual fue entregado por nuestras transgresiones, y resucitado para nuestra justificación” (Romanos 4:25). No simplemente es el hecho de creer en Dios sino conocer su corazón a través de lo que escribió en la Biblia: “Mas al que no obra, sino cree en aquel que justifica al impío, su fe le es contada por justicia” (Romanos 4:5). El que justifica al impío es Jesucristo. Creer en Él nos hace justos.

Es cierto. Para recibir el perdón de los pecados, primero debemos descubrir nuestra maldad, nuestros pecados y así arrepentirnos y aceptar el Evangelio. Sin embargo, aunque la confesión es necesaria, esta en sí misma no lava el pecado. Una persona que está enferma debe ir al hospital y decir su malestar, confesar y admitir que está enferma, luego el médico le dará el tratamiento correspondiente. Pero simplemente decir que se está enfermo no significa que eso lo curará. Confesar es un paso importante pero no es la solución o la cura. La solución está en el tratamiento y lo que el médico haga por esa persona. De la misma manera, reconocer el pecado y admitir, confesar, es parte del proceso para recibir el perdón de los pecados. Después de confesar, es necesario escuchar el Evangelio, creerlo y recibir el perdón de los pecados.

 

Todos nuestros pecados son lavados con sangre. La palabra griega original para confesión es homologeo (ὁμολογέω/ homologeo), que significa ‘confesar’ pero también significa ‘admitir o reconocer’. En Levítico 17:11 dice: “Porque la vida de la carne en la sangre está, y yo os la he dado para hacer expiación sobre el altar por vuestras almas; y la misma sangre hará expiación de la persona”. Y en Hebreos 9:22 dice: “Y casi todo es purificado, según la ley, con sangre; y sin derramamiento de sangre no se hace remisión”.

 

También en 1 Juan 1:7 dice: “Pero si andamos en luz, como él está en luz, tenemos comunión unos con otros, y la sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado”.

 

Dado que la paga del pecado es la muerte, se debe pagar con la muerte para que el pecado sea resuelto. Aunque Jesucristo no era pecador, tomó sobre sí nuestros pecados y murió en la cruz para pagar el castigo por ellos. Él lavó todos nuestros pecados con la sangre que derramó en la cruz. El pecado no se lava mediante la confesión sino solo mediante la sangre de Jesús. Debido a que la sangre de Jesús ya ha sido derramada, nuestros pecados ya han sido perdonados.

 

El verdadero arrepentimiento comienza al negarnos a nosotros mismos ante la palabra de Dios. Somos limpiados no mediante el arrepentimiento sino mediante la ofrenda del cuerpo de Jesucristo por nuestros pecados, que explica la Biblia. La palabra “arrepentimiento” que se usa en el Nuevo Testamento es la traducción de la palabra metanoia, palabra en griego.

 

Metanoia es una palabra compuesta de meta (después) y nus (mente) y significa ‘pensar diferente más tarde, cambiar de opinión más tarde’. En otras palabras, “arrepentimiento” significa ‘cambiar de opinión, cambiar la dirección del corazón’. Esto no significa confesar los pecados que uno ha cometido y pedir perdón sino más bien cambiar la dirección. El arrepentimiento es el cambio de una vida enfocada en uno mismo a una vida enfocada en el Señor.

 

“Testificando a judíos y a gentiles acerca del arrepentimiento para con Dios, y de la fe en nuestro Señor Jesucristo” (Hechos 20:21). San Lucas 15 habla muy claramente sobre el arrepentimiento. ¿Cómo regresó el hijo pródigo?

 

Él se dio cuenta de que el resultado final de dejar a su padre y vivir una vida según su propio deseo lo habían llevado a la destrucción, por eso la solución fue alejarse de su propio ser, negarse y regresar con su padre. Ese cambio es el verdadero arrepentimiento. Por lo tanto, el verdadero arrepentimiento comienza al descubrir la raíz del problema.

 

En el caso del hijo pródigo, el problema no eran todos los errores que cometió o lo malo que hizo sino el haberse alejado del padre. Nosotros hemos nacido de Adán, quien alejándose de Dios, pecó. Según la palabra de Dios, todo nuestro origen, esencia y camino están equivocados. He ahí la importancia de negarnos a nosotros mismos y regresar a Dios.

 

Lamentablemente muchas personas creen erróneamente que confesar algunas malas acciones y pedir perdón es el arrepentimiento. Dígamos que vamos a viajar de Guatemala a Uruguay; sin embargo, al hacer escala en Panamá perdemos el vuelo y la aerolínea nos da nuevamente un boleto pero por equivocación nos da un boleto rumbo a Chile. Nosotros no nos damos cuenta y abordamos, pensando que viajamos a Uruguay; en realidad estamos yendo a Chile. Si de pronto nos damos cuenta del error ¿qué es lo que deberíamos hacer? ¿De qué serviría simplemente lamentarnos y decir una y mil veces que queríamos ir a Uruguay cuando en cambio vamos rumbo a Paraguay? Se necesitaría cambiar el rumbo, bajarse y tomar el vuelo correcto. Es lo mismo con el arrepentimiento.

 

Muchas personas hoy en día piensan que el arrepentimiento es lamentarse por sus pecados. Se arrepienten y piden perdón pero eso no es un arrepentimiento verdadero sino un arrepentimiento al estilo de Judas Iscariote. El verdadero arrepentimiento es darse cuenta del por qué uno es arrastrado por el pecado. Cuando aceptamos la expiación eterna que el Señor Jesús hizo en la cruz, somos salvados.

 

Las personas intentan cambiar su comportamiento exterior y piden perdón por sus pecados sin cambiar el corazón. No saben que han abandonado a Dios y que viven bajo la muerte y la maldición, tampoco buscan la gracia y la misericordia de Dios sino que piensan: “Cometí un pecado pero pedí perdón. Dios me perdonará”.

 

Teniendo este pensamiento como escudo, el arrepentimiento se ha convertido en una forma de consolarse ante sus caídas en el pecado. Por lo tanto, en lugar de ser rescatados del pecado por la gracia, el corazón permanece en el pecado y viven atados por la condenación y el remordimiento de la conciencia.

 

En realidad, los crímenes y las transgresiones son el fruto del corazón que abandona a Dios. En lugar de intentar no pecar, primero debemos volver a Dios, encontrarnos con su corazón y aceptarlo. Jesús no solo nos dijo que nos arrepintiéramos sino dijo: Arrepiéntanse y crean en el evangelio.

 

El arrepentimiento y el perdón de los pecados son dos cosas diferentes. Por lo tanto, mientras que el arrepentimiento significa encontrar la raíz del problema y cambiar el enfoque, el perdón de los pecados viene a través de la fe en el Evangelio, es decir, el hecho de que Jesucristo ha perdonado todos nuestros pecados.

Cuando una persona viaja en avión, el alimento está incluido en el boleto que compró, no tiene por qué preocuparse por ello. Si un estudiante paga toda la matrícula desde la admisión hasta la graduación, estudiará cómodamente sin preocuparse por los pagos.

 

Jesús no solo pagó por nuestro pecado del pasado, hasta antes de recibir la salvación, sino también los pecados futuros. Él resolvió todo el problema del pecado desde el principio de la humanidad hasta el fin de los tiempos (1 Juan 2:2).

 

Si nos damos cuenta de que somos pecadores condenados a la destrucción y recibimos el perdón de nuestros pecados, primero entrará en nuestro corazón la gratitud y el aprecio por la gracia del Señor al perdonar nuestros pecados. Si nuestro corazón está lleno de gratitud, naturalmente querremos agradar al Señor, seguirlo y servirle.

 

Esa gracia nos proteje y aleja del pecado, nos acerca al Señor y se convierte en la fuerza para servir y seguir al Señor. Sin embargo, si nuestro corazón olvida el agradecimiento, se aleja del Señor y se enaltece, con esa postura podemos caer en pecado pero si nuevamente miramos al Señor y recordamos su gracia, podemos regresar nuestro corazón a Él, quien nos brindará su gracia y amor.

 

De igual manera, al sostener una relación espiritual con los miembros de la iglesia, naturalmente se distanciará del pecado. Al nacer de nuevo, Dios envía el Espíritu Santo para guiarnos. Si somos guiados por el Espíritu Santo y dirigidos por la iglesia, podemos vivir una vida llena de gozo y esperanza.

Muchas personas dicen creer en Dios pero como no se niegan a sí mismas, tratan de aceptar solo lo que conviene a sus corazones. Aquellos que se niegan a sí mismos y aceptan la Palabra, reciben mucha bendición en sus vidas y Dios resuelve todos sus problemas pero lamentablemente aquellos que no aceptan la Palabra y confían en sí mismos piensan que la fe es difícil porque tienen que lidiar con todos sus problemas ellos mismos.

 

Si la vida de fe la vemos como algo que hay que hacer por medio del esfuerzo humano, como si fuese una ley, parecerá difícil pero la vida de fe en realidad es vivir bajo la gracia. Creer en Dios significa creer simple y llanamente en la palabra descrita en la Biblia.

 

Sin importar cuáles sean mis circunstancias o mis pensamientos, lo que está escrito es la verdad, son promesas que ciertamente Dios cumplirá. Si la Biblia dice que somos “justos”, somos justos y si la Biblia dice que somos “salvos”, somos salvos. Si creo en la Palabra, esto guiará mi vida. Una vez que se llega a esa etapa, la fe es muy fácil.

Aunque se sea un cristiano salvo, los deseos físicos antes y después de la salvación no cambian. Por más que estemos preparados y decididos, los hábitos de nuestro antiguo yo aún permanecen. Cuando nos damos cuenta con precisión de que no podemos cambiarnos a nosotros mismos mediante nuestro propio esfuerzo, miramos solo a Jesucristo y confiamos en Él, no en nosotros mismos.

 

“No quitando las inmundicias de la carne, sino como la aspiración de una buena conciencia hacia Dios” (1 Pedro 3:21)

 

En otras palabras, la razón por la que no puede vencer al pecado es porque intenta establecer su propia justicia y no confía en Dios. De hecho, el problema no es que hagamos algo malo sino que no acudimos a Dios, quien asumió todos nuestros pecados y faltas. Dios no nos dice que “vivamos bien y actuemos bien” sino quiere que confiemos en Él y disfrutemos de su gracia.

 

Si reconocemos que nunca podremos escapar del pecado a menos que Dios nos salve y le pedimos ayuda, Él guiará nuestras vidas con su poder. Entonces nuestra debilidad se convierte en una oportunidad para encontrarnos con Jesús y nuestra fe de que Él nos ha aceptado nos libera de todo.

A menudo hay personas que intentan vivir una buena vida religiosa a través de su propio celo y esfuerzo pero después de un tiempo fracasan y se dan por vencidos o tienen dudas sobre su fe.

 

La fe no es algo que se pueda lograr mediante la propia voluntad o esfuerzo, Dios lo hace por nosotros. La Biblia dice: “Por tanto, es por fe, para que sea por gracia, a fin de que la promesa sea firme para toda su descendencia” (Romanos 4:16).

 

Esto significa que la fe siempre está respaldada completamente por la gracia. La verdadera fe se logra mediante el arrepentimiento. No caiga en el error de pensar “qué debo hacer” y viva una vida gozosa y agradecida a través del arrepentimiento y la fe.

Nosotros que estábamos bajo la ley hemos sido salvos y libres de ella. Pertenecemos a Jesús y nos hemos convertido en sus siervos, por lo tanto ya no vivimos según los requisitos de la ley sino por la fe en el Señor siguiendo la guía del Espíritu Santo.

 

“Solamente que os comportéis como es digno del evangelio de Cristo”. (Filipenses 1:27)

 

El domingo era originalmente un día en el que los apóstoles y discípulos se reunían y adoraban desde la iglesia primitiva para regocijarse en la resurrección del Señor. El sábado de la ley es un día de descanso pero el domingo del Nuevo Testamento es un día de adoración.

 

Si descuidamos el servicio dominical por pensamientos o circunstancias humanas en lugar de seguir la voluntad del Señor, Dios no estará cómodo con nosotros. Al superar las dificultades por fe y seguir la voluntad del Señor, Dios ha preparado para quienes viven por fe la gracia y la bendición. La palabra de Dios es la norma de nuestras vidas.